miércoles

Marxiano al ataque

Años atrás, el Narrador Que Quería Ser Poeta hacía gala de su militancia trostkista y pregonaba la democratización (en tanto poder popular) de los medios de producción que no podía ni debía evitarse. Sin embargo, el paso de los años llegó acompañado por un giro radical, valga la paradoja: la potencia democrática de la virtualidad (definida como la ausencia de un soporte físico y la fortaleza/debilidad del soporte lógico y binario) lo irrita al punto de defenestrar -aún con razón en cuanto a obscenidad que permite cualquier forma de anonimato- un soporte, un modo de producción en el cual no se depende de ningún otro poder que contar con mínimas herramientas al alcance de la mayoría: la publicación virtual, más precisamente el blog. No importa quién o quiénes hincaron su diente ponzoñoso (más o menos brillante, más o menos cierto, más o menos exitoso) en las palabras impresas del Narrador Que Quería Ser Poeta, provocando su ira. Pero ese abuso obsceno que trae aparejada la publicación virtual no la invalida; incluso, aunque la insondable extensión virtual atente contra la calidad de lo que se dice/escribe. Algo es neuróticamente seguro: si el único soporte de la escritura fuera el libro impreso (bastión comercial de la literatura contemporánea al margen de e-books y audiolibros) no existirían tantos francotiradores aficionados. Pero también es cierto que es un argumento infantil, caprichoso e inválido, anteponer la libertad de expresión actual o la ausencia de papel impreso como límite a la producción que merezca ser considerada literatura. El libro no garantiza al escritor, porque el prestigio de un soporte en particular no asegura el arte; del mismo modo que no todo lo impreso es literatura y no toda literatura está ceñida a la escritura. Descartar el acto literario por el soporte que lo sostiene no carece de necedad, intereses que cuidar y quintita que resguardar. Ray Bradbury planteaba la vuelta a la oralidad como resguardo del tesoro literario y salida del fuego arrasador de la represión del Estado dominante en Farenheit 451. La virtualidad no deja de ser una alternativa, un otro camino posible. En este contexto, la literatura -y la pertenencia o no de una producción intelectual a este modo de expresión- deberá ser juzgada en tanto acto de inscripción y cuestionamiento de los valores morales. Cualquier otro modo de acercamiento es empobrecerla.