viernes

Chauvinismo puma

Conjeturo: la cosa empezó a descalabrarse en 1978 cuando, mundial de fútbol y dictadura, produjeron una conjunción tan siniestra que llegó a producir una ceguera tal que todo se justificaba en dos colores: celeste y blanco. Obviando, claramente, el rojo de la sangre derramada. Por aquel entonces, mi abuela no miraba partidos de fútbol (en los cuales yo sufría por el equipo de mis amores) porque se ponía nerviosa; al punto de tener dolores en el cuerpo cuando me veía llorar desconsolado por alguna ocasional derrota de mi equipo. Pero el mundial de Argentina '78 se erigió como un significante que se acrecienta con el paso de los años y la presión del terror no dicho, de la complicidad por omisión/incomprensión política/desinterés/miedo a la que, dócilmente, se sometió la mayor parte de los argentinos adultos de entonces: la palabra que lo representa es Mundial; lo que supone el summum del éxito -ajeno a uno, propio de otros- que representa, camiseta mediante, el supuesto orgullo patriótico, la supuesta inteligencia, el supuesto decoro y demás supuestas virtudes de todo un país. Y, pasado el furor de los dos campeonatos mundiales de fútbol, conseguidos en un lapso de 8 años, parece necesario alimentarlo con más y más mitología deportiva, con ese combustible que -a ojos vista- ha desplazado a la religión como opio de -al menos- este pueblo. Por eso, cuando escucho hablar sentidamente de la selección argentina de rugby, del sentimiento y la pasión; cuando los escucho opinar sobre el campeonato mundial, me pregunto si alguna vez serán posibles la construcción de un otro futuro, el desprendimiento de la siniestra idiosincrasia y la demolición del significante sobre el cual se construye un futuro con ladrillos de ignorancia y opresión. Unico modo, por cierto, de que lo lúdico y lo digno vuelvan a ser lo que nunca debieron dejar de ser.