domingo

Pobrezas

El primer contacto con la pobreza fue una foto. En la impresión en blanco y negro, un niño etíope mostraba la piel colgando sobre unos huesos deformes, una panza atroz. La pobreza se hizo evidente testimonio de un mundo lejano, la sombra -el cuerpo casi ingrávido de ese niño raquítico- se convirtió en amenaza. Sin poder escapar a las fantasías, la cabeza viajaba hacia el continente negro, guiaba al cuerpo por un viaje sin sentido, un viaje imposible: meterse en la piel del condenado a morir de hambre. Una pobreza cruel, llena de moscas y malos olores. Una pobreza drástica, definitiva, dramática. Esa foto que es Lo Visible lejos de Lo Palbable; lo representativo; lo ilustrativo como alerta; recorte que sirve como retazo de la realidad, el botón de muestra. La inactividad (la pasividad en la que es puesto el espectador, el ojo que ve desde un cuerpo cómodamente instalado en la sociedad capitalista) agudiza el conflicto: es probable que la próxima vez que esa revista sea abierta por ese mismo lector, el niño etíope ya haya muerto. Acaso esa pobreza agudiza su propia violencia porque arrastra consigo degradaciones de todas las otras formas de la economía. Nada de esto está en juego en un snob, hollywoodense y bienpensante rescate de un limitado número de niños de la condena a la lenta muerte provocada por el hambre. Nada que objetar si la dupla Jolie-Pitt o Madonna adoptasen uno, dos, tres... muchos niños etíopes, ruandeses, camboyanos o argentinos en el ámbito de lo privado. Pero atentos: las mejores intenciones y la publicidad de la adopción son un modo de otorgarse -a sí mismos- la redención de vaya a saberse qué pecados. Y no es la redención -cumbre de lo individual- lo que salvará a los millones de condenados ni del hambre ni de ninguna otra de las formas de la pobreza.