miércoles

Marxiano al ataque

Años atrás, el Narrador Que Quería Ser Poeta hacía gala de su militancia trostkista y pregonaba la democratización (en tanto poder popular) de los medios de producción que no podía ni debía evitarse. Sin embargo, el paso de los años llegó acompañado por un giro radical, valga la paradoja: la potencia democrática de la virtualidad (definida como la ausencia de un soporte físico y la fortaleza/debilidad del soporte lógico y binario) lo irrita al punto de defenestrar -aún con razón en cuanto a obscenidad que permite cualquier forma de anonimato- un soporte, un modo de producción en el cual no se depende de ningún otro poder que contar con mínimas herramientas al alcance de la mayoría: la publicación virtual, más precisamente el blog. No importa quién o quiénes hincaron su diente ponzoñoso (más o menos brillante, más o menos cierto, más o menos exitoso) en las palabras impresas del Narrador Que Quería Ser Poeta, provocando su ira. Pero ese abuso obsceno que trae aparejada la publicación virtual no la invalida; incluso, aunque la insondable extensión virtual atente contra la calidad de lo que se dice/escribe. Algo es neuróticamente seguro: si el único soporte de la escritura fuera el libro impreso (bastión comercial de la literatura contemporánea al margen de e-books y audiolibros) no existirían tantos francotiradores aficionados. Pero también es cierto que es un argumento infantil, caprichoso e inválido, anteponer la libertad de expresión actual o la ausencia de papel impreso como límite a la producción que merezca ser considerada literatura. El libro no garantiza al escritor, porque el prestigio de un soporte en particular no asegura el arte; del mismo modo que no todo lo impreso es literatura y no toda literatura está ceñida a la escritura. Descartar el acto literario por el soporte que lo sostiene no carece de necedad, intereses que cuidar y quintita que resguardar. Ray Bradbury planteaba la vuelta a la oralidad como resguardo del tesoro literario y salida del fuego arrasador de la represión del Estado dominante en Farenheit 451. La virtualidad no deja de ser una alternativa, un otro camino posible. En este contexto, la literatura -y la pertenencia o no de una producción intelectual a este modo de expresión- deberá ser juzgada en tanto acto de inscripción y cuestionamiento de los valores morales. Cualquier otro modo de acercamiento es empobrecerla.

lunes

Belleza occidental

Hace un par de semanas, la foto de una modelo anoréxica, totalmente desnuda, capturó la atención de los transeúntes italianos, del público en general y de los medios periodísticos de todo el mundo. Producto del ojo de Oliviero Toscani, famoso por las provocativas campañas que realizó para Benetton, la mise en scène circuló con un pie de foto que dejaba en claro que lo próximo que sucedería con el cartel contra la anorexia sería su desaparición de la vía pública. Este tipo de campañas relámpago, efectistas al extremo, producen consecuencias en el espectador que no siempre están ligadas a las preguntas que podrían provocar. En el caso de esta modelo, lo más superficial es el cuestionamiento moral (punzado por el aspecto físico de esa mujer devenida espectro) acerca de cuán ofensiva o lesiva es esa desnudez, esa exposición siniestra; esa mujer avasallada por las exigencias del deber ser un cuerpo acorde a la moda. No hay pregunta sobre el discurso de esa foto, hay efecto de un inmediato de rechazo moral. Los interrogantes apenas parecen cuestionar la decisión de la prohibición a la luz del bienpensar. La foto se ubica en el delgado filo de lo que es sancionable, lo que es pasible de discriminación, palabra incómoda para cualquiera que se precie de comunitariamente solidario, tolerante y progresista. La pregunta podría ser: ¿qué de ese cuerpo está manifestando el costado más radical del imperio de lo contemporáneo? ó ¿cuánto hay en ese cuerpo de la marca estética indeleble que la cultura occidental impuso como concepto de belleza en los útimos siglos? Entre las gordas saludables de Rubens y la figura cadavérica de Toscani hay varios abismos; algunos de ellos son producto de la imposición del concepto de estética occidental como la única posibilidad Lo Bello. Cito a Roberto Santoro: Estética Etica est. Motivo por el cual habrá que rastrear en esas pieles mortecinas la decadencia de las sociedades que arrastran a pagar, hasta con el cuerpo, la tiranía de ese concepto de belleza.

miércoles

Obscenidad celular

No fue la primera ni será la última. El tipo pulsa dos teclas y se pone en contacto con su madre -a la que llama mami- y le cuenta montones de cosas de una venta de una casa y una discusión con su padre. Y su hermano, pobrecito, que hay que ver si está en condiciones psíquicas de soportar semejante tránsito. Sí: su padre se había ofuscado al punto de decirle que sus palabras de desconfianza eran intolerables, quu qué se creía que era. Pero él iba a defender sus intereses. Y el de su mami. Va codo a codo conmigo y es inevitable escucharlo, como a un bebé que berrea o al chillido hiperagudo de los auriculares del vecino de viaje, que destroza sus oídos a varios decibeles por sobre lo saludable.


El espacio privado se ha desparramado como una mancha de petróleo sobre el mar de lo público. Lo que introduce el uso indiscriminado de la telefonía celular es que destila aquello que durante muchos años el pudor hizo permanecer en el ámbito de lo íntimo. Ahora, todo se despliega como las plumas del pavo real. Es imposible, a priori, saber qué contamina esa mancha, qué encubre y qué representa. Quizás el punto más extremo de esta obscenidad celular fue el registro -y posterior publicación- del ahorcamiento de Saddam Hussein, tomado con el celular de uno de los asistentes a la ejecución. Las empresas dirán que no son responsables del uso indebido, molesto para terceros, nocivo o lo que fuere. Que ahí talla cada usuario particular; cada sujeto. Quizás ahí esté la huella más inquietante: sólo se puede leer como una forma de la degradación del lugar de ese sujeto, de lo privado y de lo íntimo, del pudor. Signo de los tiempos, cantaría Prince...

El inclasificable David Lynch


Es muy interesante ver cómo la prensa argentina se pelea a golpes contra la inteligencia para poder resumir, capturar una idea, una reseña que permita darle un marco crítico a Imperio, el nuevo film del siempre nuevo David Lynch. Resbaloso como una anguila, escurridizo a la maquinita de etiquetar, el director norteamericano pone a prueba, una vez más, un concepto que se le escapa a los críticos de los grandes medios de comunicación: arte. ¿Cómo decir, desde el lugar de un crítico que funciona en base a los incentivos de las distribuidoras, que no entendió un ápice de lo que es, sencillamente, ininteligible e inexplicable? Se escapa el argumento porque en la obra de Lynch hay trama. Y para ello se necesitan instrumentos mucho más sofisticados de los que se usan que para producir una extensión ¿cinematográfica? de un programa de tevé con las caras visibles de los grandes picos de rating. Hay narración, no hay un relato lineal y mucho menos artificios que hacen que una película parezca más inteligente de lo que en verdad es. La obra de Lynch carece de flashbacks y flashforwards; prescinde de la cronología y de la diacronía; no hay ni un relato que se cuenta del fin al principio, ni una parábola de tiempo; cosas que no son más que versiones de un mismo modo de medir la vida biológica. En las últimas películas de Lynch no hay más que subversión del tiempo. Nada que no estuviera puesto en Eraserhead; nada que no estuviera conceptualizado en Twin Peaks, el fuego camina conmigo; nada que no soporte, en medio de la febril y apasionada construcción narrativa del norteamericano, el viaje de un viejo tierno en su cortadora de pasto para ver a su hermano de quien lo separa no sólo la distancia geográfica en Una historia sencilla.

Es correcto decir que su cine es una profunda herida, incluso una llaga y, por qué no, algún modo de cura. Es correcto decir que es un genio, que le ha dotado al cine sonoro de un universo particular. Es correcto decir que es esperable que lo que siga a Imperio sea una torsión más sobre el mundo narrativo o una película con un desarrollo más apropiado al mercado. Es correcto decir que si hay una lengua que se parece a lo que Lynch pone en fílmico es la lengua de los sueños, lo onírico con su relax, sus tiempos muertos, su presión agobiante, su punto de fuga hacia la muerte. El problema de la corrección es que no sólo implica un concepto acertado, muchas veces representa lo que debe decirse para no parecer lo que se es. Lynch y su obra es una forma de pesadilla de la que no se puede despertar. De la que para poder escapar, paradójicamente, es cerrando los ojos y durmiendo: la ilusión de que el demonio y lo siniestro son un mal y aburrido producto enloquecido; sumergiendo al fugitivo en lo más profunda de sus oscuridades.

domingo

Pobrezas

El primer contacto con la pobreza fue una foto. En la impresión en blanco y negro, un niño etíope mostraba la piel colgando sobre unos huesos deformes, una panza atroz. La pobreza se hizo evidente testimonio de un mundo lejano, la sombra -el cuerpo casi ingrávido de ese niño raquítico- se convirtió en amenaza. Sin poder escapar a las fantasías, la cabeza viajaba hacia el continente negro, guiaba al cuerpo por un viaje sin sentido, un viaje imposible: meterse en la piel del condenado a morir de hambre. Una pobreza cruel, llena de moscas y malos olores. Una pobreza drástica, definitiva, dramática. Esa foto que es Lo Visible lejos de Lo Palbable; lo representativo; lo ilustrativo como alerta; recorte que sirve como retazo de la realidad, el botón de muestra. La inactividad (la pasividad en la que es puesto el espectador, el ojo que ve desde un cuerpo cómodamente instalado en la sociedad capitalista) agudiza el conflicto: es probable que la próxima vez que esa revista sea abierta por ese mismo lector, el niño etíope ya haya muerto. Acaso esa pobreza agudiza su propia violencia porque arrastra consigo degradaciones de todas las otras formas de la economía. Nada de esto está en juego en un snob, hollywoodense y bienpensante rescate de un limitado número de niños de la condena a la lenta muerte provocada por el hambre. Nada que objetar si la dupla Jolie-Pitt o Madonna adoptasen uno, dos, tres... muchos niños etíopes, ruandeses, camboyanos o argentinos en el ámbito de lo privado. Pero atentos: las mejores intenciones y la publicidad de la adopción son un modo de otorgarse -a sí mismos- la redención de vaya a saberse qué pecados. Y no es la redención -cumbre de lo individual- lo que salvará a los millones de condenados ni del hambre ni de ninguna otra de las formas de la pobreza.

sábado

Borges: escritor y poeta

La primera vez que fui a tomar el subterráneo a la estación Congreso de Tucumán no tenía idea de cual sería una buena ubicación en el andén para esperar que una de las ansiadas puertas quedara frente a mis narices. Fue entonces cuando vi la serie de bustos dorados, empotrados en la pared. Y me detuve frente al de Jorge Luis Borges, invocando a las fuerzas literarias para que inspirasen al maquinista. Lo que iba a constatar en posteriores viajes es que la elección fue un gran acierto: una puerta siempre coincide, casi matemáticamente, con el busto de uno de los más conocidos, reconocidos, respetados, criticados y abominados escritores argentinos. Lo que me llamó la atención, de allí en más, fue la placa del busto: "Jorge Luis Borges - Escritor y poeta". Como si fueran excluyentes, como si no tuvieran puntos de contacto.

Y me puse a pensar en qué diferían, para mí, esas palabras. Una sospecha me desvió hacia la etimología de esas palabras. Escritor es aquel que escribe en cualquier género literario, incluso la poesía. Pero la especificidad de la poesía no es tal. Lo que, por antonomasia, se denomina poesía no es sino la poesía lírica. En sus orígenes poesía (proveniente del latín poēsis) era hacer, convertir los pensamientos en materia. Lo que, a su vez, convertía al poeta en un hacedor de escrituras. El mismo poeta que era, para los griegos, el medio de transporte entre la palabra de los dioses (acercadas por las musas) y el hombre. El hacedor, en definitiva, de la fantasía (letra escrita) de convertir en materia el lenguaje. Entonces, quizás no sea un mal comienzo pensar en que la diferencia entre escritor y poeta no tenga que ver con la forma sino con la esencial relación entre la palabra y la letra: el escritor escribe, el poeta inscribe, independientemente de la forma.

lunes

Matando a e. e. cummings


Hace un tiempo recordé el final de un poema de e. e. cummings y volví a buscarlo en la antología bilingüe Poetas Norteamericanos Contemporáneos, Ediciones Librerías Fausto, 1977. Más precisamente, página 84, poema conocido como me gusta mi cuerpo..., en el cual el gran edward estlin hace poema la novedad de los cuerpos amantes y amados, del encuentro de dos que cambia la perspectiva del tiempo lógico, del instante en que el pasado no se borra sino que cae dejando lugar a algo nuevo. Es un poema suave y altamente erótico, con una estructura quebrada y confusa, con una extraña puntuación. La traducción acompaña, está cuidada y toma sus riesgos. ¿Cómo traducir nerves more sino como nervios más, perdiendo la afinidad fonética del never more/nunca más?

Buscando alguna lectura del poema a la luz de la idea de Lo Nuevo, me crucé con un puñado de sitios que lo publican, aunque bien vale preguntarse si sigue siendo el mismo poema. Convengamos que la traducción es un arte dificil e ingrato; que la poesía en sí tiene, como agravante de esa ingratitud, la particularidad de utilizarse a sí misma más allá de la textualidad de la palabra y la precisión de la letra; y que con esos elementos y esas formas confusas está constituida la lengua (no sólo el idioma) de un poeta. Sin embargo nada de eso justifica el atropello de ¿traducir? el poema con despropósitos, no ya sólo de criterios de traducción palabra por palabra, sino del orden de una lisa y llana traición al concepto mismo de poesía en nuestro idioma y a su riqueza simbólica. Pensaba incluir las citas de tales despropósitos, pero sería darles una consistencia que no tienen ni merecen y aportar a seguir disparando insensateces sobre la belleza. Como acto reparador y amparado en el derecho estético a que haya en la red una traducción que se acerque al poema, transcribo la realizada por E. L. Revol para la antología citada al comienzo.




me gusta mi cuerpo cuando está con tu
cuerpo.Es así una cosa tan totalmente nueva.
mejores músculos y nervios más.
me gusta tu cuerpo.me gusta lo que hace,

me gustan sus cómos, me gusta sentir la columna
de tu cuerpo y sus huesos y la temblorosa
firme-suave idad y lo que he de
una y otra y otra vez

besar, me gusta besar esto y aquello de ti.
me gusta, acariciando lentamente la,pelusa sacudida
de tu piel eléctrica,y lo-que-sea aparece
sobre la carne que se abre... Y los ojos grandes migajas de
amor,


y posiblemente me gusta la emoción
de bajo mí tú tan totalmente nueva.


viernes

Chauvinismo puma

Conjeturo: la cosa empezó a descalabrarse en 1978 cuando, mundial de fútbol y dictadura, produjeron una conjunción tan siniestra que llegó a producir una ceguera tal que todo se justificaba en dos colores: celeste y blanco. Obviando, claramente, el rojo de la sangre derramada. Por aquel entonces, mi abuela no miraba partidos de fútbol (en los cuales yo sufría por el equipo de mis amores) porque se ponía nerviosa; al punto de tener dolores en el cuerpo cuando me veía llorar desconsolado por alguna ocasional derrota de mi equipo. Pero el mundial de Argentina '78 se erigió como un significante que se acrecienta con el paso de los años y la presión del terror no dicho, de la complicidad por omisión/incomprensión política/desinterés/miedo a la que, dócilmente, se sometió la mayor parte de los argentinos adultos de entonces: la palabra que lo representa es Mundial; lo que supone el summum del éxito -ajeno a uno, propio de otros- que representa, camiseta mediante, el supuesto orgullo patriótico, la supuesta inteligencia, el supuesto decoro y demás supuestas virtudes de todo un país. Y, pasado el furor de los dos campeonatos mundiales de fútbol, conseguidos en un lapso de 8 años, parece necesario alimentarlo con más y más mitología deportiva, con ese combustible que -a ojos vista- ha desplazado a la religión como opio de -al menos- este pueblo. Por eso, cuando escucho hablar sentidamente de la selección argentina de rugby, del sentimiento y la pasión; cuando los escucho opinar sobre el campeonato mundial, me pregunto si alguna vez serán posibles la construcción de un otro futuro, el desprendimiento de la siniestra idiosincrasia y la demolición del significante sobre el cual se construye un futuro con ladrillos de ignorancia y opresión. Unico modo, por cierto, de que lo lúdico y lo digno vuelvan a ser lo que nunca debieron dejar de ser.